Quien entra en este loco mundo..

jueves, 6 de marzo de 2008

Aún no tiene título.



No iba corriendo, pero lo suficientemente rápido para avanzar sin llamar la atención. Aguantaba la respiración, las grises paredes se le hacían interminables, se ahogaba cuando estaba a punto de salir, llegaba a la puerta y se chocaba contra un chico que entraba cerrando el paraguas.

Como agradecía al cielo que estuviese lloviendo, nunca antes había agradecido algo tanto, que lloviese, que todo el campus se inundara, el agua fría caía con fuerza, y eso era algo por lo que rezaba en este momento, que lloviese, que no parase hasta que ella quisiese.

No solo se borrarían las huellas en el barro reseco de los jardines, si no que se borrarían las lágrimas que caían por sus mejillas. No tenía claro si lo lograría, pues le escocían y quemaban como si fuera ácido en vez de agua salada.

Se sentó en uno de los bancos de piedra enfrente de la facultad de económicas. A esas horas poca gente pasaba por allí, y menos con la que caía, irían por dentro de las facultades y pasarían de una a otra sin mojarse. Pero ella lo único que quería era calarse mientras seguía llorando sin control. Era estupendo esconderse en la lluvia, dejar que le cayese por la cara, bajara por el cuello y se le metiese por el jersey empapando hasta el sujetador.

Hacía minutos había aguantado las lágrimas, que luchaban salvajemente por salir. Había tenido que atravesar un pasillo subiendo escaleras, y se había cruzado con contadas personas que aguardaban a que amainase, sentados a las mesas. Nadie había reparado en la chica que cruzaba la facultad hasta la puerta principal. Y no sabía porque precisamente había tenido que salir por la principal, con lo fácil que hubiera sido salir por la de cafetería, a la calle Karl Marx en vez de a la de Francisco Tomás y Valiente.

Pensaba en la universidad, ¿qué hacía ella allí?, ¿de verdad quería seguir estudiando en un sitio que recordaría ahora como el lugar de un hecho terrible en su vida?

Él había sido claro, “Sé que han sido 5 años juntos, pero no te quiero”. Así que ahí estaba ella, destrozada, rota y llorando mientras el agua de lluvia le calaba hasta los huesos.

Eran las 6 y media cuando Marcos salía del cercanías, Cantoblanco era un rollazo tremendo, mete el abono transporte, saca abono transporte, abre puertas, pasa puertas, cierra puertas…..

Cuando salió de la estación llovía a mares. Menos mal que llevaba un paraguas de los chinos en la mochila, lo cogió y lo abrió, pero antes de empezar a caminar, se sacó el paquete de tabaco y el mechero del bolsillo pequeño de la mochila y se encendió un cigarro, mientras contaba que solo le quedaban 2 más.

Sabía que no era buena idea ir por la calle principal porque se mojaría mucho, pero quería apurar ese cigarro, y como no se puede fumar dentro, tomó el camino largo. “Maldito vicio.”.

Pasó entre las columnas de hierro verde, subió las escaleras, apagó el cigarro con lástima y mientras entraba por la puerta cerraba el paraguas. Entonces al parecer una chica salía a toda prisa de la facultad y le pegó un empujón, él se dio la vuelta indignado, esperaba una disculpa por el atropello, pero en vez de eso, la chica bajó las escaleras principales corriendo y se sentó en el banco de piedra con la cara entre las manos. “Está loca, se va a empapar y a coger una pulmonía.”. Tampoco era que le interesase demasiado lo que hiciera, pero creyó que ella estaba llorando.

Le sonó el teléfono.

“”Sí ¿diga?”, “Oye Marcos, sé que te va joder un huevo, pero no puedo ir a la Uni, he tenido un problema.”, “Y ¿me lo dices ahora que acabo de llegar, que acabo de entrar por la puerta de la facultad?”, “Lo siento tío, es que me ni te he podido llamar antes, te lo explicaría pero estoy muy liado. Va, tío, perdona, te llamo luego”, “Vale, vale, llámame.”.

¿Y ahora que haría? Había ido hasta allí para nada, solo quería unos apuntes de un colega, y va y le falla. Con un día así solo podía volver para casa, porque sin apuntes no haría nada en la biblioteca. Así que se dio la vuelta hasta la puerta, se quedó bajo el techado, se encendió otro cigarro, éste se lo fumaría allí debajo, sin prisas. Y mientras observaba la escena. No había nadie más por allí que él, y la chica del banco, que ahora levantaba la cara hacia el cielo con los ojos cerrados. Estaba clarísimo que había estado llorando y la muy tonta quería arreglarlo mojándose entera. Otra calada, y observaba más a la pelirroja, que con el agua el color del pelo se le había oscurecido a un tono casi tirando a fuego, más que anaranjado.

¿Debería ir a hablar con ella? ¿o al menos preguntarle si se encontraba bien? “Es que podría pensar que me estoy entrometiendo o algo, incluso que intento ligar a la desesperada.”.

Se quedó allí decidiendo que hacer mientras le daba una calada tras otra al cigarrillo que estaba acabándose.

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